Una parada de autobús, una plaza, unos cuantos bloques pueblan una carretera suburbana. Zohra Hamadi, con barras de titanio aun incrustadas en la columna vertebral, se baja del autobús. Camina erguida y por fin puede respirar con facilidad. Pero Europa sólo le concede unos días de respiro antes de ser finalmente deportada.